jueves, 7 de mayo de 2015

Wilt Chamberlain, el hombre de los 100 puntos




Si a Miguel Ángel Buonarotti le hubiera dado por reencarnarse en un escultor de éxito y un Medici del siglo XX le hubiera encargado la realización de un Goliat para completar su obra, probablemente el toscano habría vuelto sus ojos a nuestro deporte para cincelar en mármol un modelo que durante décadas representó una bestia sobrenatural, un epítome de la condición física: Wilt Chamberlain. 

Su inmenso cuerpo le situó desde chico en el centro de cualquier universo y de cualquier debate. Entronizado sobre una estatura imponente, encajado en una carrocería deslumbrante, su desenvoltura, agilidad y coordinación suponía un atentado contra toda lógica imperante. Sus avasalladores récords individuales no se vieron acompañados con éxitos colectivos equivalentes y si obtuvo el temor reverencial de sus rivales, sólo en contadas ocasiones contó con el favor del público ajeno e incluso propio. Su carrera siempre se debatió entre lo sublime y lo maldito. Con frecuencia vivió con pena el desafecto de aficionados y periodistas, a los que sus dos anillos de NBA les parecía escaso botín para una carcasa de héroe de cómic. Siempre le persiguió la leyenda de perdedor. Nunca dejó de escuchar el viejo soniquete, la trillada letanía del Hércules de mandíbula blanda. Lo lamentaba de verás: “Nadie es hincha de Goliat”.

Sus inabarcables guarismos (a día de hoy todavía conserva más de 70 marcas en la NBA) no se detienen en las canchas de baloncesto. Según confesó en su segunda autobiografía del año 91, A View from Above, mantuvo relaciones sexuales con unas 20.000 mujeres… Muchas son ¿no? No sé yo si hay días para tantas… Igual eran mil menos… Sea como fuere, críticos y leales se muestran unánimes con una gesta única: el 2 de marzo de 1962 Wilt Chamberlain hizo 100 puntos en un partido de la Liga Profesional más exigente del mundo. Pasen y no cierren la puerta porque el elenco de heroicidades no se queda ni mucho menos ahí.