“Hay un antes
y un después de Clifford Luyk en el baloncesto español”. La frase hay que
atribuírsela hace ya lustros a un rival y compañero, Juan Antonio Martínez
Arroyo. Para calibrar su verdadera valía podríamos echar un vistazo a su
curriculum (33 títulos), pero su importancia hay que alejarla de los fríos
números. El Madrid y la selección después, crecieron al cobijo de su alargada
sombra hasta arrimarse a la altura de los grandes, sin excusas, ni complejos.
Armado para lo grueso, dotado para lo fino, su estilizada figura guardaba las
piezas de un campeón. Respondía a la terca estirpe de jugador de ceño fruncido
que cree que lo mejor de ganar es no perder, y así contagió su espíritu depredador
a lo largo de década y media.
Socarrón,
presume de ser el mejor jugador de mus nacido fuera de la Península Ibérica.
Como las cartas sólo acierto a sostenerlas y no sé si será para tanto, indago
en las páginas amarillentas del basket para cotejar qué hay de mito en las
palabras de reconocimiento del fenomenal base de Estudiantes.