Durante años su
foto compartió pared de mi habitación en la sierra con algunas de las grandes
estrellas del baloncesto mundial, Jordan, Magic, Sabonis, Drazen…
Su carrera
profesional no tuvo la relevancia que su prometedor paso por las categorías
inferiores auguraba. No me lo llegué a explicar y me fastidió, pero no por ello
dejé de seguirle. Porque desde que le vi jugar en mi colegio Claret con el
juvenil de San Viator y posteriormente en el Real Madrid siempre fue mi ídolo,
mi primer ídolo. Y esto no se olvida.
Compartió cancha
y vestuario con lo más granado de su época. Se estrenó en la primera Liga ACB
que terminó como el rosario de la aurora, sufrió en sus carnes a los hermanos
Petrovic en la histórica final de Atenas y cuando emigró de la Casa Blanca su
salud limitó su desbordante talento y menguó su hambre y confianza.
Sólo quité su
foto cuando mi habitación (la nuestra, la de mi hermano David y la mía) pasó a
ser la de mis sobrinos en verano y el paisaje cambió y desaparecieron mis
héroes de la canasta. Me queda su formidable recuerdo, que hoy escarbo gracias
a un cúmulo de casualidades. Así que éste es mi homenaje y ésta es su historia.
La de Paco Velasco.