“Esta noche Dios se ha disfrazado de jugador de baloncesto”.
Esas fueron las palabras del gran Larry Bird tras enfrentarse a Jordan en un
partido de playoffs y ver cómo tras dos prórrogas anotaba 63 puntos. Lo que quizá
no recuerde tanta gente es que el de Brooklyn se fue con un rebote enorme del
Garden, pues su equipo pese a su heroicidad había palmado. Pero ésta no es la
historia del mejor humano que haya pisado una cancha de baloncesto, sino la del
centro educativo donde se formó, la Universidad de Carolina del Norte, y la de su
maestro, educador y entrenador, Dean Smith.
Pongamos en boca de Michael la trascendencia del técnico “Si
hay una persona realmente culpable de lo que me ha pasado ese es el Coach
Smith. El formó al jugador y al hombre que soy. Todo cuánto me ha ocurrido
dentro y fuera de la cancha tiene que ver con Dean Smith de una manera u otra”,
“Para mí es como un padre. Él me enseñó a amar el baloncesto”, “Todos
comentaban que me retenía excesivamente, bromeaban diciendo que era el único
que podía mantenerme por debajo de veinte puntos, pero él me enseñó el juego;
la importancia de lo básico y cómo aplicarlo a mi capacidad individual e hizo
de mi un jugador completo. Cuando llegué a la NBA contaba con los cimientos que
me permitían trabajar y construir. Sabía cómo aprovechar lo aprendido”. Siempre
se dirigía a él de usted y al abandonar tras el tercer año la universidad se
comprometió con el Coach a regresar al final de su primera temporada en los
Bulls para licenciarse en Geografía. En Carolina, Jordan sólo era Michael y
cada verano retornaba a su Campus para jugar pachangas con sus amigos. Como
casi todos eran estrellas profesionales las gradas se poblaban de un público
que disfrutaba de auténticos partidos de All Star en las que a nadie le gustaba
perder. Dean Smith podría presumir de muchos records, victorias o hazañas, pero
seguramente del que se siente más orgulloso es el que establece que el 96% de
los jugadores que pasaron por sus manos se graduaron en alguna carrera
universitaria.