Por el trabajo convivo a diario con números, con dinero, con volatilidades, con primas de riesgo (cuando lo más parecido a prima que había visto era la de algún amigo, que estaba muy buena y que, por supuesto, no me hacía el menor caso), con tipos (que no personas) de interés… Tiene bemoles en un tío de letras de toda la vida, pero… Qué aburrido dirán. Pues no es precisamente el adjetivo que aplicaría a mi actividad diaria, porque entretenido es un rato, pero divertido tampoco.
A Dios gracias los pronósticos más agoreros de los mayas no se cumplieron y seguimos vagando por este valle de lágrimas. Bueno, pues en este entorno apocalíptico, con el paro, el desencanto en la clase política y la corrupción instalados de pleno, todavía existe un país mediterráneo más ninguneado que el nuestro, otrora cuna de la civilización occidental, al que algunos cínicamente han señalado como origen del mal. En Grecia, que diría con pausa y sorna el maestro Gila, está todo roto y por el suelo, pero no siempre fue así. No se asusten, no voy a hacer un ejercicio histórico y remontarme a las guerras entre las antiguas polis (ciudades) griegas ni a los tiempos de Platón, Aristóteles o Sócrates, para el que no existía paradoja en matar hombres por la defensa de Atenas y la práctica de la dialéctica, ni entraré en diatribas filosóficas. Pisaré mi terreno, el deportivo, y me iré a un tiempo cercano. Echaré la vista sólo tres décadas atrás, en las que un puñado de aguerridos y talentosos jugadores de baloncesto fueron ejemplo de coraje y se atrevieron a discutir títulos a los esbeltos y poderosos eslavos de las antiguas repúblicas de Yugoslavia y Unión Soviética, que por entonces todavía competían unidas.