De cuando se
batía en duelo en los patios y canchas madrileñas frente a mi amigo Juanjo
Ranea “el mejor jugador de Mini que he visto en mi vida”, según Mike, han pasado
muchos inviernos, casi todos ligados al baloncesto. Se formó en las canteras de
Canoe y Estudiantes, saltó el charco junto a su añorado Sergio Luyk, capitaneó
la universidad donde cimentó un tal Shaquille O´Neal su leyenda, rascó chapa (bronce) en el
Europeo de Roma, pero quedó fuera de la lista definitiva de Díaz Miguel para
los Juegos del 92 de Barcelona. Regresó a España, jugó en una riestra de
equipos ACB y triunfó como expatriado en Alemania. Disfrutó siempre en todos
los apeaderos de su extenso camino.
El niño que en
las madrugadas de marzo ansiaba algún día jugar la NCAA cumplió su sueño. Ahora
el adulto se ha liado la manta a la cabeza para embarcarse en otra aventura
onírica y fascinante: devolver a Valladolid a la élite del basket. Así es Mike
Hansen, otra historia de amor perenne con el baloncesto.