Con las luces
del alba irrumpieron los gritos: “¡Despertad, despertad, han llegado! Os lo
dije que este año también venían. Que los Reyes son Magos y pueden con la
pandemia y con todo”. Los alaridos del chaval habían despertado a padres y
abuelos. Profanado el sagrado mandato, en cuanto percibió los primeros rayos de
luz había abierto con sigilo la puerta del salón, asomado cauteloso el cogote y
atisbado una pila de regalos alrededor del árbol. A partir de ahí, había salido
en estampida hacia las habitaciones de los mayores recorriendo el largo pasillo
de la casa de los abuelos, que tanto le gustaba.
La noche se le
había hecho larga, en eterno duermevela. Sólo canastas imaginarias, vuelos
imposibles y fantásticas asistencias, habían conseguido doblegar la vigilia a
ratos. Se había acostado como cada noche víspera de Reyes excitado,
sobresaltado, por la anhelada llegada de los Magos.