Con
frecuencia, un hecho marca la carrera de un jugador. Una lesión inoportuna, una
canasta fundamental, una decisión trascendente, una declaración mediática, un
fallo irremediable… Éste es el caso de nuestro personaje. Un adolescente al que
perseguían los más reputados proyectos universitarios, una estrella en la NCAA
cuyo paso a los profesionales vino precedido por un error garrafal grabado a
fuego para siempre en los libros de historia.
Eso no
emborrona una trayectoria brillante. Nadie olvida el bienio en Michigan de los
Fabolous Five porque trascendieron a los títulos e incluso a la propia
competición que mutaron para siempre. Como tampoco ha caído en el baúl de los
recuerdos su doctorado profesional, sobresaliendo en Sacramento, al mando de
unos luminosos Kings que hicieron soñar despiertos a una generación.
Éste es el
perfecto ejemplo de jugador de calado al que los títulos no adornaron su
ingente calidad, pero al que la memoria del buen aficionado siempre viene a
rescatar. Ése mismo que citará de carrerilla el quintero de novatos que
transgredió el encorsetado panorama colegial de principios de los 90 y el que
pondrá en el pedestal del entretenimiento a los divertidísimos “Reyes”, que
desde una franquicia menor, revolucionaron el universo NBA. Hoy giramos la
mirada hacia uno de los talentos más ingentes que ha dado nuestro deporte,
Chris Webber.