jueves, 31 de marzo de 2016

Chapu Nocioni, corazón de león



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Finales de septiembre de 2014. Supercopa de Vitoria. El Madrid se alza con el primer título de la temporada frente al Barsa. La periodista de TVE pide paso a pié de pista. “Enhorabuena, venir al Madrid y ganar”. “Contento, pero yo he venido para ganar la Euroliga” (primera declaración de intenciones sin tapujos). “Mi rol en este equipo es diferente. El que se tiene que adaptar soy yo”, continua con modestia. Las palabras no suenan huecas, las pronuncia un campeón olímpico, un subcampeón mundial con larga andadura en la NBA. 

No se esconde, no da un paso atrás, jamás duda, identifica el objetivo. Auténtico, descarnado, frontal. “Valía la pena discutir con él, aunque sólo fuera por los abrazos del oso que luego te daba” (Sanchón, uno de sus anclas en Gasteiz).

Si le ponen una falda a cuadros y un hacha da en papel protagonista de Braveheart. Si le colocan en medio de la selva y ruge, acojona a un león. Ningún Papa le encargaría pintar la Capilla Sixtina, pero todos le llamarían para la defensa del Estado Pontificio. Es un mito en su país, un Dios en Vitoria, un icono en Madrid. Es, el “Chapu” Nocioni, sin conservantes ni colorantes. Irremplazable. 

sábado, 13 de febrero de 2016

John Pinone, un americano diferente






¡Cómo hemos cambiado!, cantaba Presuntos Implicados. En tres décadas (que son más de una y más de dos) todos hemos ganado (peso), perdido (pelo), aclarado (la frente y con suerte las ideas) y asomado a la madurez (las arrugas, como el algodón, no engañan). Apenas se venden periódicos (bendito papel) porque todo está en la red. El basket ha abierto fronteras y los equipos forman un crisol de nacionalidades. 

El chavalito con la bufanda azul a dos tonos al que su padre le cuenta que hace 30 años Estudiantes pasó de animador de la Liga a serio aspirante al título, dudara de su progenitor. Cuando éste prosiga con la cantinela de que tenían a dos de los mejores extranjeros (cuando sólo se admitían dos y eran mayoritariamente norteamericanos) de la ACB, pensará que ha perdido la chaveta. 

La historia viene de largo (pero es cierta). David Russell primero, y Ricky Winslow después, constituyeron junto a John Pinone, una de de las mejores parejas de foráneos de la época. Y a su alrededor, magnetizados, crecieron exponencialmente un montón de jóvenes talentosos, descreídos y descarados que llevaron al club del Ramiro a su Edad de Oro. 

Si Russell parecía siempre preparado, impecable, para ir de cóctel a un selecto club gourmet; Pinone se acercaba más al paisano que campaba a gusto de aperitivo con sus colegas. Si David era el divo de los adolescentes, el poster de sus carpetas; John se erigía en el centro de las tertulias de los mayores, llenaba de orgullo el corazón de los aficionados de siempre. El elegante moreno apenas hablaba castellano, el blanco en meses ya chapurreaba la lengua de Cervantes. El alero irradiaba brillo, el poste desprendía alma. La exuberancia versus la parquedad.

Cuando Magariños tiene ahora más de hotel con spa que de antiguo casino de capital de provincia donde se congregaban los parroquianos entre humaredas de tabaco para disfrutar/sufrir de una tarde de baloncesto “con encanto”, regresamos a la “Era del Oso” de la mano/zarpa del gran John Pinone. Subimos al desván para desempolvar sus hazañas.

lunes, 28 de diciembre de 2015

La gran San Silvestre o Vallecas me mata



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Nunca me gustó correr. Deportes de pelota, los que quieras. Me entretenían y se me daban bien. Pero correr… no, aunque sin llegar a pontificar como el célebre centrocampista del Betis, Rogelio, que era más fino que el coral: “Correr es de cobardes”. Ahora… la San Silvestre es otra cosa. Ese Madrid festivo, engalanado, de etiqueta. Ese Vallecas popular, auténtico, echado a la calle. Eso me encanta, me pierde todos los finales de año.

De primeras, pido perdón porque el que haya tenido el interés y la paciencia de pasar un rato en este rincón, sabrá que éste es un blog de baloncesto, pero a Vallecas le debía una y a los míos muchas, con lo que me tomo la licencia de llenar unos folios con las vivencias de una carrera que me descubrieron, hace un porrón de años, mis amigos los Zapata y que me tiene enganchado. Antes de la San Silvestre en versión canalla, la mía, procederé con la oficial, la maravillosa que un día se inventó Antonio Sabugueiro, un verdadero “emprendedor” (que se dice ahora) de las más nobles causas, un fomentador del deporte, de los deportes.

Hoy, pues, toca correr, pero no te asustes, a trote cochinero, que no estamos para alardear. Tiene sus ventajas: podrás echar el cierre al año, sin prisa, y disfrutar de un Madrid único, variopinto y alegre. Te conduciré a Vallecas al calor de los aplausos de un montón de paisanos que presumen de su fiesta. Poco antes de la última cena, ahí estarán, desafiando al frío o a la lluvia en el arcén del esfuerzo (que diría el maestro Juan Manuel Gozalo). Cálzate las zapatillas y estira un poquito que nos vamos. 

sábado, 5 de diciembre de 2015

El punto y la i, Tyrone Bogues y Manute Bol





Éstas son dos historias en una, o mejor dicho muchas historias en una. Las de dos tipos a los que les alejaban 70 cm de altura y a los que les entroncaba un corazón enorme. Dos hombres a los que sus orígenes les caían demasiado lejos de una cancha de basket, dos siluetas singulares y antagónicas cuya convergencia les aproximaba a una atracción circense. Pero ésta es una fábula fascinante de humanidad y de superación. Los tomaron a chiste, a chirigota, cual viñeta disparatada de comic, pero durante más de una década cerraron bocas a descreídos. Es la epopeya de dos supervivientes salidos de la selva, surgidos del lejano Sudán y de las calles de Baltimore. Desafiaron barreras físicas, idiomáticas, sociales y culturales para entrar en la leyenda. Medían lo mismo, uno sentado y el otro de pié. Manute Bol y Tyrone Bogues. Cuando el tamaño no importa… ¿o sí?

domingo, 11 de octubre de 2015

En el nombre del Coach


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Eran un equipo de provincias. Lo sabían y lo tenían a gala. Ahí radicaba su fuerza, en su patio, en su reducida cancha cubierta (que más parecía una cochera que un campo de baloncesto) y en su afición. Eran un secreto familiar, generacional, transmitido de padres a hijos, de tíos a sobrinos, de abuelos a nietos, entre amigos, entre primos, entre vecinos. Ahí residía la poción mágica de la “pequeña Galia del basket español”.