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miércoles, 23 de diciembre de 2020

Un cuento de Navidad (de baloncesto claro)

 




Con las luces del alba irrumpieron los gritos: “¡Despertad, despertad, han llegado! Os lo dije que este año también venían. Que los Reyes son Magos y pueden con la pandemia y con todo”. Los alaridos del chaval habían despertado a padres y abuelos. Profanado el sagrado mandato, en cuanto percibió los primeros rayos de luz había abierto con sigilo la puerta del salón, asomado cauteloso el cogote y atisbado una pila de regalos alrededor del árbol. A partir de ahí, había salido en estampida hacia las habitaciones de los mayores recorriendo el largo pasillo de la casa de los abuelos, que tanto le gustaba.

La noche se le había hecho larga, en eterno duermevela. Sólo canastas imaginarias, vuelos imposibles y fantásticas asistencias, habían conseguido doblegar la vigilia a ratos. Se había acostado como cada noche víspera de Reyes excitado, sobresaltado, por la anhelada llegada de los Magos.

domingo, 4 de octubre de 2020

La Segunda Oportunidad

 





Nadie nace sabiendo… Hay que formarse… El secreto está en la base… Estudia, trabaja… Persigue tus sueños, no dejes que nadie los cumpla por ti…

No llegó a saber si se pasó de listo o pecó de tonto. Quizá se saltó pasos, quizá le pudo la ambición y pisó terrenos desconocidos y peligrosos. Se subió a un tren en marcha y descarriló. Ahora volvía al apeadero de salida con la maleta vacía llena de renovadas ilusiones.



sábado, 2 de mayo de 2020

Adiós al bicho




A Pedro no le gustaba su pueblo, aunque todo el mundo dijese que era precioso.

Era tan pequeño que no había colegio y todos los días tenía que recorrer unos kilómetros para asistir a clase. Disfrutaba del paseo, pero las mañanas de lluvia su padre le acercaba en coche. Apenas había niños con los que jugar y muchas horas las pasaba sólo, entre chapas, canicas y pelotas. Radiaba sus partidos y carreras a la vez que desgastaba rodilleras. Lo que sí abundaban eran las cuestas. Es más, todo era una subida que parecía no acabar nunca. Jamás se plantearon colocar una portería de fútbol o una canasta. No había un llano en el que ponerlas. Todo miraba hacia arriba.
Los fines de semanas se llenaba de turistas que abarrotaban las estrechas veredas, alababan los techos de pizarra y admiraban la oscura iglesia. Pedro lo entendía menos todavía cuando su abuelo ensalzaba las bondades de las piedras, calles y monumentos. Era Patrimonio de la Humanidad, remataba el viejo, sin que su nieto alcanzara a comprender el alcance de la frase. A él, le parecía un soberano rollo.

jueves, 1 de noviembre de 2018

La gran esperanza blanca






Era de largo el mejor jugador joven de Europa cuando le firmó el Madrid. Italiano, esbelto, esculpido, parecía salido de un anuncio de Armani. Pero también altivo, ególatra. O así lo había catalogado el viejo capitán con solo cinco minutos de rueda de prensa y un entrenamiento. No le había dado una hostia de milagro.

martes, 23 de enero de 2018

La Camiseta


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Nadie del gran público había oído hablar de él cuando le convocaron de urgencia con los profesionales. “A las 11 en punto preséntate sin falta en la puerta de jugadores”, le había comunicado su entrenador en el junior.
Recién llegado le habían acomodado temporalmente en una pensión de confianza junto a un argentino que se pasaba el día canturreando rap. No pegó ojo. No esperaba la noticia. Le había costado un mundo salir del pueblo y todavía estaba cogiéndole el aire a la ciudad. “Sólo te falta la boina y las gallinas”, le vacilaba el que a la postre se convertiría en su mejor compañero y en su lazarillo en la urbe.
Retraído, tímido, era en la cancha donde más a gusto se mostraba. En el instituto pasaba desapercibido (y disfrutaba en el anonimato). Un poco más alto de lo normal, bastante más silencioso de lo corriente, sus notas no sobresalían de la media. Sólo un puñado de colegas conocía que ese verano había llegado de fuera para jugar al baloncesto en el club local.

domingo, 11 de octubre de 2015

En el nombre del Coach


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Eran un equipo de provincias. Lo sabían y lo tenían a gala. Ahí radicaba su fuerza, en su patio, en su reducida cancha cubierta (que más parecía una cochera que un campo de baloncesto) y en su afición. Eran un secreto familiar, generacional, transmitido de padres a hijos, de tíos a sobrinos, de abuelos a nietos, entre amigos, entre primos, entre vecinos. Ahí residía la poción mágica de la “pequeña Galia del basket español”. 

sábado, 24 de mayo de 2014

El viaje de los Telerín




Este año los Telerín no se van de vacaciones. La pasta no les llega. En septiembre lo hablaron: “O seguimos al equipo hasta donde llegue o vamos a la playa, pero todo no puede ser”. Y hubo quórum. Puestos a elegir ganó el baloncesto 4 a 0.


lunes, 30 de diciembre de 2013

El mítico Fededora


A su modo siempre fue feliz. Se interesó por la vida, curioseó en la cultura y se dejó conquistar por el deporte y su gente. Nunca se sintió extraño ni extranjero: en su tierra le referían como al “Gallego” y aquí a veces le saludaban como “Che”, pero ambos lugares los tomó como suyos. 


El gusanillo del básquetbol se lo metió su abuelo desde la primera ocasión en que le oyó contar la historia del “Hindú Club”, aquellos locos estudiantes del Colegio La Salle de Buenos Aires que saciados tras ganar cinco campeonatos nacionales, decidieron, con el Pancho Borgonovo a la cabeza, emprender una gira por Europa. Corría el año 1927 y en barco se tardaba un mes en llegar al Viejo Continente. La expedición se sintió decepcionada cuando no pudo jugar ni en Alemania ni en Bélgica. Pero en Londres tornó la suerte: disputaron dos partidos y los ganaron. Próximo destino París e idéntico desenlace en otros tantos encuentros (el segundo ante el campeón capitalino, Stade Francais). Barcelona supuso el brillante colofón al paseo trasatlántico. Las 5.000 personas que abarrotaban el campo de Gracia alucinaron con la desenvoltura de los argentinos que vapulearon 50-16 a una selección catalana. A Fede le caló tanto el relato que de continuo conminaba al viejo para que lo rememorara. El patriarca poseía una memoria prodigiosa y a cada poco rescataba pretéritos sucesos relacionados con el pasatiempo preferido del nieto. 

La casualidad y los negocios condujeron a la familia Guevara a una corta estancia en Buenos Aires. Lo que iba a ser una semana se alargó a casi un mes. A Fede no le importó. Todos los días la gran urbe descubría al adolescente imágenes nuevas: el barrio de la Boca, las amplias avenidas, los históricos teatros, las enormes librerías… Todo le fascinaba. Un buen día llegó su padre con una sorpresa que le hizo saltar de alegría. Un cliente le había dado dos boletos para la final del primer Campeonato del Mundo de baloncesto. Era el 3 de noviembre de 1950 y el chico nunca olvidaría nada de lo que ocurrió en el legendario Luna Park esa tarde. 

lunes, 1 de julio de 2013

Historias de Nueva York


Había terminado de releer el “Viaje al centro de la Tierra” de Julio Verne y me quedaban unos días libres en el curro. Necesitaba airearme, evadirme de mi realidad diaria. ¿Dónde voy sólo a estas alturas del año? Era febrero y en Madrid hacía un frío del demonio. Descarté una playa. No me gusta la sensación de volver moreno, cuando el resto anda como terrones de azúcar. Desentona. Y de pronto, se me ocurrió ¿y si me voy al epicentro del mundo? Me dio cierto reparo porque todos mis conocidos volvían enamorados de Nueva York y pensaba que entre tanta alabanza me podía defraudar. Entonces recordé cuando fui a ver 6 meses después de su estreno “El silencio de los corderos”, mascullando “no será para tanto…”. Me encantó, una obra maestra. Así que tomé un avión y salté el charco. Comprobé que con mi inglés de Gomaespuma salía del paso, que era imposible llamar la atención y que había estado en muchos de los lugares que luego visité… en las películas. 

Los primeros días me di la gran paliza. Impresionado por la aldea global, por la urbe cosmopolita, merodeé por el distrito financiero, me defraudó la estrechez de la famosa Wall Street, permanecí un rato sobrecogido en la Zona Cero, divisé alguno de sus más de mil quinientos rascacielos desde el Empire State, enloquecí en el Barrio Chino, patiné debajo del Rockefeller Center con música de Julio Iglesias de fondo, asistí al musical de Cats en Broadway, visioné las últimas noticias en los impactantes rótulos de Times Square, me perdí en alguno de los maravillosos museos de la City, compré ropa para un batallón, quedé seducido por el encanto del barrio de Greenwich con sus universidades y sus coloristas tiendas, estiré las piernas en Central Park, tomé un ferry hacia la Estatua de la Libertad y escuché la historia de la entrada de los emigrantes al Nuevo Mundo en la isla de Ellis. De vuelta a Manhattam paseé junto al río Hudson y me detuve en el edificio de las Naciones Unidas. Cogí el metro que nunca duerme y crucé el famoso puente para adentrarme en Brooklyn, del que retorné al hotel fascinado y exhausto. Me había gastado el dinerito en buenos restaurantes y tomado una copita en ciertos locales de moda. Me quedaban dos días y había estado en casi todos los puntos emblemáticos. Esta es la mía, me dije. Así que entre la neblina que surgía de una alcantarilla atisbé un taxi amarillo y lo paré. Un conductor dominicano me debió calar rápido, pues en perfecto spanglish me preguntó: ¿Dónde le llevo compadre? A cualquier rincón que respire baloncesto, le respondí. ¿Le gusta el basquetbol? Se giró sorprendido Walter, que así se llamaba el taxista. Pues prepárese que hay unos cuántos, chilló el moreno en medio del tráfico. De momento, vamos a la calle 33 esquina con la octava avenida. El Madison Square Garden, la Meca y el hogar de los Knicks. 


domingo, 16 de septiembre de 2012

Un historia de patio de colegio (Claret)



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Corría el año 81. En febrero España se había llevado el susto padre. El día 21 unos guardias civiles habían entrado en el Congreso en nombre de la Patria y habían intentado dar un Golpe de Estado.

El mundo no daba para sobresaltos, el  13 de mayo, un fanático religioso, Mehmet Ali Agca, pretendió asesinar de un disparo a corta distancia al Papa Juan Pablo II mientras éste saludaba a los fieles en la Plaza de San Pedro. A mi abuela Juana, que era una castellana recia, dura como el pedernal, casi la da algo. ¡Joder con la movida de los ochenta! 

Como todos los años en septiembre daba inicio el curso escolar y en un colegio de Madrid, el Claret, comenzaban las clases y por ende la temporada deportiva. El centro, ubicado junto al edificio de Torres Blancas en pleno distrito de Chamartin, era por volumen de alumnado uno de los más grandes de Madrid. Toda la clase media del popular barrio de la Prospe ahorraba sus buenas pesetas para que los curas dieran a sus hijos una buena educación. Por entonces era un colegio de pago para chicos. Ahora es concertado y mixto.

En cuestión de deportes era conocido por el judo, la gimnasia (Fiyo Carballo impartía clases en la segunda etapa de la EGB y del colegio salieron un montón de campeones de España que luego acudieron a los Juegos Olímpicos) y el baloncesto.

viernes, 15 de junio de 2012

La leyenda de El Botón Sánchez


Ni el mismo sabía por qué le llamaban así. Cuando alguien quería enterarse de dónde provenía su apodo él, hermético, encogía los hombros, miraba para otro lado y murmuraba: algún pringao me lo pondría en un partido.
Unos decían que vendría por lo pequeño, ni calzado superaba el 1,75. Otros siempre le veían botando una pelota, era su yo-yo, su amuleto particular. Vete a saber. Sobre él se contaban tantas historias que era imposible discernir las reales de las inventadas. Su amigo Rai recordaba muchas de ellas. Él no las negaba, simplemente pasaba de ellas con aire indolente.
Tímido, retraído, gastaba su tiempo en tres cosas: escuchar heavy, jugar al baloncesto y desvivirse por la Sole, su madre.

domingo, 29 de abril de 2012

No nos lo podemos perder

Marta y Fran se conocieron el primer día de instituto.
Ella, fiel a su costumbre, había llegado pronto. No quería llamar la atención. En el pasillo repasó las listas y comprobó que por apellido, García García, qué original, iba a pertenecer a 1º A. Un rótulo sobre la última puerta al final del pasillo indicaba el acceso al aula. No conocía a nadie. Todo era nuevo para ella. Había cursado toda la EGB en el colegio de monjas, San Ramón y San Antonio, anejo al Colegio Alemán, que se encontraba muy cercano a su casa. Como con su hermana mayor, sus padres decidieron que con catorce años sería bueno que hiciese el bachillerato en un centro público de prestigio, el Ramiro de Maeztu. La grata experiencia con la primera de sus hijas les había animado, pese a la oposición de la pequeña que no quería abandonar ni su cole ni por supuesto a sus amigas.
Un saludo breve dio paso a una conversación intrascendente con dos de sus nuevas compañeras que indagaron sobre su procedencia y averiguaron que el verano lo había pasado con su familia en la casa de Calpe.
Cuando la tutora, la profesora de Historia del Arte, iba a entrar en el aula observó que un chico moreno con el pelo al uno, espigado y fibroso que llegaba sin aliento con el tiempo justo le cedía cortésmente el paso, para luego tomar asiento dos pupitres delante del suyo. Enseguida se dio cuenta de que el chaval tenía tirón. Chocó las palmas con los de alrededor, recibió un par de collejas cariñosas y le tantearon con preguntas, ¿qué pasa Frankie? ¿qué tal las vacaciones? ¿has crecido, no?
Hasta el primer descanso Francisco Aguilar no reparó en la chica pelirroja que desde sus grandes ojos color chocolate derretido le observaba tímida. Cuando a media mañana el timbre anunció la hora del recreo se acercó a ella decidido:
-          Hola soy Fran ¿y tú?
-          Yo Marta y soy nueva.
-          Pues bienvenida. Ya verás cómo te va a gustar el instituto.
Javier Alegre, un chico argentino  de aire despistado que durante las primeras horas se había sentado a la derecha de Fran interrumpió la conversación:
-          Vamos tío, que luego nos quitan la cancha.
-          Perdona Marta, pero me tengo que marchar. Luego te veo. – se disculpó Fran.
Cuando ya se iban, Fran se giró y señaló a su amigo:
-          Éste maleducado es Ale y es un boludo bastante majo- casi gritó Fran, que al poco recibió un pescozón.
-          Pues encantada – respondió sonriente mientras los veía alejarse.
La misma rutina se repetía durante años. La pachanga del recreo era sagrada y había que llegar pronto para coger campo. A veces, si los partidos eran de nivel, se paralizaba el patio y la gente dejaba de jugar para ver a los buenos que, a pesar de que lo tenían prohibido por sus entrenadores, jugaban en Mini, en canastas pequeñas. Algunos de ellos todavía recuerdan hoy, ya profesionales, aquellos como los mejores partidos de su vida.

lunes, 9 de abril de 2012

Los Balcanes y El Negro (la antigua Yugoslavia)


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La guerra
Desde tiempos inmemoriales el sureste de Europa ha sido escenario permanente de conflictos. El crisol de etnias, culturas y religiones ha mezclado mal, muy mal.
La Primera Guerra de los Balcanes, que tuvo lugar en 1912 y 1913, entre la Liga Balcánica (Serbia, Bulgaria, Montenegro y Grecia) y el Imperio Otomano, culminó con la derrota turca y derivó en la Segunda por las desavenencias de los vencedores. Serbia, y posteriormente Montenegro, Rumania y el Imperio Otomano, declararon la guerra a Bulgaria que finalmente claudicó. Los tratados de paz sucesivos rebajaron el peso geográfico y económico de turcos y búlgaros en el área y consolidaron un estado Serbio más poderoso, aumentando los recelos del vecino Imperio Austro-húngaro. El asesinato en Sarajevo del heredero al trono, el Archiduque Francisco Fernando de Austria, dio lugar al inicio de la Primera Guerra Mundial.
Durante la Segunda Guerra Mundial las fuerzas del Eje otorgaron el mando de la zona a una organización fascista croata, la Ustade, a la que combatió y venció la  milicia serbia Chetnik. Se formó la República Federal Socialista de Yugoslavia con seis repúblicas regionales (Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Macedonia, Montenegro y Serbia) y dos provincias autónomas (Kosovo y Metohija y Vojvodina) bajo el mando del General Tito y la atenta mirada de Rusia.
La caída del Muro de Berlín en noviembre de  1989 supuso el final de la Guerra Fría y el desmoronamiento de los distintos regímenes comunistas en Europa del Este.
Los deseos de secesión de las dos regiones más prósperas del norte de Yugoslavia, Eslovenia y Croacia, chocaron frontalmente con las pretensiones centralistas de la Serbia de Milosevic. El advenimiento  de la guerra era un hecho.
El corazón del país se agrietó en cuatro frentes principales: Eslovenia con la Guerra de los Diez Días (26 de junio a 6 de julio de 1991); Croacia, desde el 31 de marzo de 1991, y Bosnia, desde el  6 de abril de 1992, en ambos casos hasta los Acuerdos de Dayton del 14 de diciembre de 1995; y Kosovo, desde enero de 1998 hasta junio de 1999.
En su conjunto el conflicto fue el más sangriento ocurrido en el Viejo Continente desde la Segunda Guerra Mundial. Entre 130.000 y 200.000 muertos y millones de personas desplazadas de sus hogares. Genocidios, crímenes de guerra, barbarie. En los albores del siglo XXI, en una sociedad que se autodenomina desarrollada, es incomprensible e imperdonable.

domingo, 11 de marzo de 2012

Recordando llego al presente


Reseña Juan Palomo en El Cultural de El mundo el fallecimiento de una actriz argentina, Lydia Lamaison, y se queda con dos de sus lemas que también hago míos en un singular carpe die:  “No hay que aferrarse al pasado” y “ Al futuro prefiero esperarlo”.

Si lo extrapolamos al parquet, al terreno del basket, algunas pinceladas podrían arrojar algo de luz a la dura realidad económica en la que nuestro deporte se encuentra instalado.

Los recuerdos nos delatan.

Dí mis primeros pasos como aficionado al baloncesto de élite en la antigua Ciudad Deportiva Blanca. Empecé a afeitarme para engañar a los porteros y acceder al recinto con entrada para menor de catorce años. Era extremadamente delgado, tardé en dar el estirón, pero la incipiente pelusilla iba ganando terreno y amenazaba con llegar a mostacho.  En casa la paga no daba para mucho, con lo que  o entraba como niño o me quedaba en la calle. Había tres puertas, no muy separadas la una de las otras, y más de una vez después de un primer rechazo me tuve que dirigir, con mucho disimulo y mayor canguelo, a los otros dos accesos para pasar. Durante casi dos años lo logré.